Estudiantes de Ciencias de la Comunicación de la UASLP realizan
La máscara de Tutankhamón obra invaluable
El profesor e investigador Javier Gómez Sánchez, del proyecto cultural independiente Kemet en Anáhuac, profundizó sobre las prácticas mortuorias en la civilización egipcia, en la conferencia titulada “Caras vemos, difuntos no sabemos. Máscaras funerarias en el Egipto Antiguo”, realizada el jueves 17 de noviembre.
En la segunda sesión del Ciclo de conferencias “Descifrando Egipto. A 200 años del inicio de la Egiptología. Misterios, incertidumbres y certezas”, el especialista aseguró que, sin duda, la máscara del “rey Tut” o “Tutankhamón”, una de las obras más afamadas en el mundo, muestra no sólo el extraordinario arte y dominio de los materiales con los que se elaboró, sino también, su invaluable significado como patrimonio de la humanidad.
Gómez Sánchez explicó que en el Imperio Nuevo (1550–1070 a. C.) el oro se empezó a usar con más frecuencia entre la clase alta en representación de la piel de los difuntos, y que las imágenes de los dioses solían estar hechas de este metal por sus características: mantiene su brillo, no se oxida, ni corroe. Los egipcios llamaban “Wi” a las máscaras de momias hechas de oro.
A propósito del descubrimiento de la tumba del “rey niño”, Gómez Sánchez leyó un fragmento del libro “La tumba de Tutankhamón”, del arqueólogo Howard Carter, autor del mayestático hallazgo en 1922: “Ante nuestros ojos, llenando el interior del féretro de oro, había una momia impresionante… había una máscara de oro bruñido resplandeciente, magnífica, hecha a semejanza del rey… La momia estaba hecha a imagen de Osiris…”.
Explicó las insignias reales que hay en la frente de la máscara: buitre “Nekhbet” y la serpiente “Uadyet” o cobra “Buto”, son representaciones de deidades encargadas de protegerlo, así como de los dos reinos (alto y bajo Egipto) que había gobernado para unificarlos; la barba es uno de los atributos del dios Osiris, y el característico pañuelo o tocado ceremonial “neme”, exclusivo de los reyes. A la pieza, trabajada en dos láminas de oro martillado de 23 y 18 kilates, y alto contenido de plata que le otorga un brillo particular, “Carter la llamó, una obra maestra del retrato antiguo”.
Debido a la variedad de elementos y materiales empleados, han surgido especulaciones sobre si el embozo fue hecho en principio para alguien más, pues originalmente las piezas contemplaban sólo el rostro, lo que sugiere que con anterioridad existía una máscara que fue integrada después al marco y tocado que hoy día se conoce. Además, al analizar las inscripciones que conserva se nota que el nombre original del propietario fue modificado.
El ensamble de diversas piezas, según el capítulo 151 del “Libro de los muertos”, refleja la protección de diferentes divinidades por medio del “Conjuro de la cabeza del misterio”, que concedía potestades a cada parte: “Tu ojo derecho es la barca de Sektet (barca nocturna), tu ojo izquierdo es la barca Mandjit (barca diurna), tus cejas son la Enéada, tu frente es Anubis, tu nuca es Horus…” Esto advertiría protección extra para que las potencias del mal no se atrevieran a dañar a tantas deidades.
Como parte del ajuar del fallecido, el sarcófago contenía jeroglíficos con variados significados; una réplica de los nombrados “sarcófago amarillo” se encuentra en la Sala de Egipto, del MNCM. Su color original era blanco, pero eran barnizados con resinas naturales que terminaban por dejarle ese distintivo color. La tradición no era una práctica exclusiva para la nobleza, también la realizaba el pueblo con los elementos que tenía a la mano. “Había talleres especializados para la fabricación de estos objetos: sarcófagos, máscaras, amuletos”, indicó.
Para los egipcios, la técnica y el especial detalle con que se realizaban las facciones de las máscaras eran de suma importancia, pues creían que los muertos permanecerían en la eternidad con ese aspecto. Además, sería la forma de identificar el cuerpo cuando el alma regresara al sarcófago después de deambular.
La evolución de las máscaras mortuorias se observa en los materiales para su confección. En el Imperio Medio (2200-2050 a. C.) predominaba el cartonaje, el rostro era enmarcado con pelucas y uso de diademas, en la espalda disponían de largos paneles, algunos llegaban hasta los pies y tenían inscripciones jeroglíficas. Tras la conquista de Roma, las máscaras eran de estuco policromado, o retratos pintados en paneles de madera, colocados en la cabeza de los fallecidos, a estos se les conoce como “retratos de El Fayum”. En el periodo tardío (664–332 a. C.) fueron hechas con cuentas de cerámica vidriada que cubría los cuerpos.
El ejemplar más antiguo de máscaras funerarias egipcias del que se tiene registro hasta ahora data del periodo Naqada II (3500-3400 a. C.), corresponde a una pieza de cerámica semiplana en forma de rostro humano, del cementerio HK6 en Hieracómpolis (Alto Egipto), la cual posee dos pequeños agujeros en la parte posterior de las orejas, para ser sujetada a la cabeza del difunto con una cuerda. Este objeto evidencia la práctica de cubrir el rostro a los fallecidos en el país del Nilo desde hace seis mil años, comentó el especialista.
La sesión fue moderada por Gerardo P. Taber, investigador del Egipto faraónico del MNCM y coordinador del ciclo realizado en conmemoración de los 200 años del desciframiento de los jeroglíficos egipcios por el lingüista francés Jean-François Champollion, el centenario del descubrimiento de la tumba de Tutankhamón, y en el marco del 57 aniversario del Museo.
El evento es organizado en colaboración con el Centro de Investigación en Culturas de la Antigüedad de la Universidad Anáhuac (CEICA) y Kemet en Anáhuac. La sesión está disponible en el YouTube del MNCM en el enlace: https://www.youtube.com/watch?v=faaUCRX6b4k
This is some text